EL BRAZO

 

 

 

 

 

Había un brazo muy forzudo
que no deseaba ser
parte de un hombre barbudo
pues le hacía desmerecer.

Este brazo tan malvado,
para poderse escapar
de un cuerpo tan desgraciado,
lo solía martirizar.

Causaba grandes heridas,
que de continuo sangraban
en las zonas doloridas
a las que el brazo atacaba.

El pobre cuerpo lloraba
lleno de inmenso dolor,
y él mismo se preguntaba:
¿Que haré sin mi brazo yo?

Pero llegó a tal extremo
el sadismo de este brazo,
que obligó al resto del cuerpo
a cortarlo de un hachazo.

Pasado un tiempo prudente
el cuerpo siguió viviendo,
muy despejada su mente,
y ya sin dolor sintiendo.

Pero a aquel brazo forzudo
que quería ser soberano
rompiendo con el barbudo,
¡Se lo comen los gusanos!

Es buena cosa pensar
que la parte, sin el todo,
con este no va a acabar,
mas ella acaba en el lodo.

© Antonio Pardal Rivas

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VOLVER