MI JUNCO

 

 

 

 

 

 

 

 

Él tuvo la gran suerte de encontrarlo
en el trance crucial de su existencia.
Una fuerte tormenta iba a matarlo
arrancando su tronco sin conciencia.

Vendavales llegados de otras tierras
destrozaban sus ramas con paciencia
socavando aquel árbol con las guerras
que segaban su vida sin clemencia.

Se hallaba muy cercano al viejo roble.
Era un junco curtido en el combate,
luchando con astucia, pero noble,
mostrándole al gran árbol su acicate.

El roble al ver cercana ya su muerte
aprendió a combatir con el aliento
del junco, que al doblarse era más fuerte,
y, sabio, decidió plegarse al viento.

Y ambas plantas danzaron enlazadas
el baile más hermoso de la tierra,
burlando las terribles andanadas,
sabiendo que el más duro es el que yerra.

La ventisca cansada de soplar
a otras tierras llevó su algarabía.
Las plantas que supiéronse ayudar
prosiguen engarzadas todavía:

el roble carcomido por los años,
y esa vara de junco tan bonita,
que lo cuida de nuevos desengaños
y llorosa lo ve que se marchita.

© Antonio Pardal Rivas

19-07-07

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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