DOLOR

 

 

 

 

 

 

 


Añoro el dulce tiempo de una infancia
lejana en que, sencillo, a Dios oraba,
henchido de una fe que me enseñaba
mi madre con su crédula prestancia.

Mas hoy, cuando descubro la arrogancia
del ser que fatuamente se irrogaba
defensa de creencias que inventaba,
me humillo tristemente en mi ignorancia.

E inquiero acongojado de tristeza:
¿Quién pudo asesinar a tanta gente
en nombre del Supremo y su grandeza?.

¿Por qué lo permitió el Omnipotente
dejando que actuase con vileza
el lobo que inmolaba al inocente?



© Antonio Pardal Rivas

14-05-07

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VOLVER