OTOÑO

 

 

 

 

 

 

El viento, furioso, sobre el campo silba.
Las hojas caducas desnudan al árbol.
Las olas del mar, inmensas y altivas,
horadan, con saña, los acantilados.

Las blancas gaviotas vuelven a tornarse
las únicas dueñas de las hueras playas,
y allá, en lontananza, puede divisarse
el plácido vuelo de una bella garza.

La bruma recubre los profundos valles
y abraza el entorno de las altas cimas,
cubriendo en su manto los bellos paisajes,
con tul de una niebla muy densa y albina.

¡Bién sé que la vida renueva sus ciclos
y trás el invierno volverán las flores,
con viejos aromas que embarguen los pechos
de cálidos besos y nuevos amores.

Pero para el alma que humilde camina
comienza en otoño su pesada cruz,
ya que para ella tan solo le quedan,
los dulces recuerdos de la juventud.

¡Insólita pena que triste y callada,
socava la dicha pasada en verano,
en tardes alegres, cuando en la cañada
brillaban los rayos del sol soberano!.

¡Acerbos recuerdos, tristes remembranzas,
de unos días pasados de luz y de flores!.
¡Amarga nostalgia, ya sin esperanza,
de gozar de nuevo perdidos amores!.

El alma, en su otoño, solloza afligida,
sintiendo acercarse el próximo tiempo,
en que al Ser Supremo devuelva la vida.
Al llegar el frío... En el crudo invierno...

© Antonio Pardal Rivas

septiembre de 2005 .

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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