Existió una vez un día en que un castellano era embajador de Castilla en una corte extranjera.
El castellano quería donar a su dulce amada una rosa que escondía una altísima enramada.
Mas aunque bien pretendía alcanzarla con la mano, ni a la flor rozar podía, pues era un poquito bajo.
Y con sorna sonreía un larguirucho extranjero que con gran burla veía la lucha del caballero.
Al contemplar esta risa y la chanza del inglés, el español se dió prisa para la rosa coger.
Pues pensó muy diligente que si la flor no cortaba demostaría lo evidente: que en algo España fallaba.
Y a fe mía que la alcanzó con la punta de su espada, y galante, le entregó, el castellano a su dama.
Demostrando, muy certero que si existe algún hispano que no puede ser primero usando solo sus manos,
lo hará con un gran denuedo, usando con entereza el acero de Toledo, que evidencia su nobleza.
_________________ Paz y Amor para todos
Antonio
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