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Autor: MANUEL BENITEZ CARRASCO
Declamación: Avidad
Ay Manuel, Manuel Benítez Carrasco, cuatro años de tu adiós y más que te echa de menos la niña de la cuna que tenía un lucero, lucero de mi sangre cuanto te quiero; y la bordadora que fue bordando pañuelo de holanda fina, su amor se le fue quedando bordado junto a una esquina; y tu amigo el estanque al que tú veías muchas veces besándose con la luna tras los arrayanes verdes; y tu Andalucía, que Dios la ampare de la muerte pequeña de sus cantares; y las penas, que sólo, sin ti, y con medias penas no se va a ninguna parte; y la guitarra sonora de tu dolor, que la prima le quiere dar un capotazo al bordón; y aquel cariño que tiraste al río porque era una planta amarga dentro de tu huerto lírico; y aquel verte y no verte, en una esquina la vida, en otra esquina la muerte; aquellas barreras de zarzamora al recuerdo para que nunca la salten los cinco toritos negros; aquella que quiso llamarse llanto y le llamaron Granada.
Ay Manuel, español, andaluz, granaíno, albaycinero, tu identidad la hizo Dios, la confirmó un carpintero y la rubricó tu madre, ¡carita de pan casero! Y una, dos y tres, tres banderilleros llorando en el redondel; aquella tu barca, bonita como novia enamorada; por la quilla, sueño verde, por la vela, nube blanca; aquel perro callejero muriéndose de tristeza a la sombra de una tapia, si es que un lazo no le da una muerte anticipada; placeta del Salvador, tres acacias en el aire y tu madre en el balcón; esos puentes que siempre se quedan y esas aguas que siempre se van; aquellos toros que condenaron a un carro por no querer embestir, para llevar esa vida, más le valiera morir; tus quince abriles de cintura y un arroyo de cristal, a quiebro limpio y a voces mandando al toro pasar; siestas de cales doliendo de blancas, doliéndose con el sol las calles amodorradas; tus caracolas, un aire marino que fingía un rumor de ola; el olvido amable y amado sepulturero que va enterrando las cosas que se nos mueren por dentro.
Ay Manuel, prisionero sin cadenas que el suspiro iba arrastrando dentro del alma la pena; o cuando te llorabas por Belmonte: ¡Como pudo, cómo pudo, con un torero tan grande, un torillo tan menudo! En el silencio del cuarto, soledad de redondel, tú y un torito de plomo pequeño que ni se ve.
El Manuel de la nostalgia que le habló de tú a la muerte: ¿Tan fácilmente me cierras estos ojos que bebieron tanto cielo y tanta tierra? ¡Qué fuerza tienes, amigo, llevar a los hombros este mundo que murió conmigo. Tenemos y no sabemos de quién será la razón; vosotros penas por mí, pena por vosotros yo. Compañeros: qué pena me da de ver ese inútil cumplimiento y esa negra despedida; porque, con tan vano duelo, nos dan mayor importancia de la que en verdad tenemos. Que, en fin, la muerte no es más que un cansancio de vivir, un frío echarse a soñar, encontrar un largo sueño y no querer despertar.
Aunque lo escribieras, Manuel, para otro Manuel, habría que musitarte en la eternidad el por qué tuvo tanta prisa, ay Manuel, en llevarte, quien, para escucharte, tiene la eternidad por delante...
MANUEL RAMIREZ (en el ABC, 1-12,2003)