Ante todo, quiero repetir que no soy historiador. Soy jurista, y como tal respeto totalmente la equidad al enjuiciar las situaciones. Podré tener defectos, pero uno de los que carezco totalmente es el del sectarismo y maniqueísmo. Para mí no existen las personas o grupos de personas totalmente buenas o aquellas otras que mantienen postulados totalmente malos. En mi anterior capitulo terminé criticando la actuación del gobierno socialista de Felipe González que, en mi modesta opinión, desperdició una maravillosa ocasión de haber convertido definitivamente a España en una de las primeras naciones de Europa.
Le sucedió el Partido Popular, al mando de José María Aznar. ¿Quiere decir esto que estos señores representaran la virtud política? Para muchos españoles es así. Yo soy un bicho un poco raro al analizar la historia de mi país, y lo primero que observo es que Aznar, para gobernar en su primer mandato, se tuvo que apoyar en los dos partidos nacionalistas a los que mantuvo las competencias en educación, tan nefastas para la unidad de España. Fue un tremendo fallo del Partido Popular y de su entonces presidente, que ahora estamos pagando los españoles.
Pero no sólo fueron esas reprochables actuaciones las que llevó a cabo el PP en perjuicio de España. Engañó a los españoles en varios aspectos. Concretamente, el motivo más importante de la corrupción administrativa en los ayuntamientos no es otro que la falta de control de alcaldes y concejales. En tiempos de Franco existían unos cuerpos nacionales de administración local, fundamentalmente el Secretario General y el Interventor de Fondos, nombrados por Madrid, que aparte de ser los jefes de todos los servicios y personal del ayuntamiento, bajo la superior autoridad del alcalde, tenían la competencia de asesorar a éste, y de formularle advertencias de ilegalidad cuando pretendían infringir la ley. Estas advertencias eran resueltas según su importancia por los gobiernos civiles de las provincias o por el ministerio de gobernación en Madrid. Era obvio que así los socialistas no podían robar. ¿Y qué hicieron? Les suprimieron todas estas competencias a los secretarios y a los interventores. Ya dejaron de ser jefes de los servicios y del personal; únicamente estaban obligados a asesorar jurídicamente en contados casos establecidos por la ley, y cuando el alcalde se lo pidiese.
Antes, es decir, en tiempos de Franco, el secretario y el interventor eran prácticamente intocables por los alcaldes y por la corporación municipal. Si cometían alguna falta administrativa, eran sancionados por el gobierno central en Madrid; y si incurrían en delito, caían obviamente en manos de los tribunales de justicia. Todo esto fue suprimido de un plumazo por Felipe González y compañía. Pero se produjo una situación muy curiosa: el PP (por entonces AP, liderado por Fraga), juró y perjuró mil veces a los cuerpos nacionales que si ellos llegaban al poder, una de las primeras medidas que iban a adoptar era derogar esa ley que concedía total impunidad al poder de los ayuntamientos. ¿Lo hicieron? Pues va a ser que no. Va a ser que, a estas alturas de la historia, un alcalde al que no le guste el asesoramiento de su secretario o interventor, lo puede suspender de empleo y sueldo al día siguiente, con lo que le destroza la carrera. Así hay muchos. Desde entonces, muchos alcaldes y concejales de ambos partidos han robado, malversado, dilapidado, practicado cohechos y todo tipo de actuaciones ilegales en los ayuntamientos, sin que nadie se les haya podido oponer. Y yo me pregunto: a las próximas elecciones, ¿voy a votar al Partido Popular? Pues parece ser que tampoco.
Pero no se queda aquí la cosa. El Partido Socialista, haciendo caso omiso de lo que establece la constitución, durante el mandato de Felipe González, enterró a Montesquieu, como muy bien dijo su colega del alma Alfonso Guerra. ¿Cómo lo hizo? Pues muy sencillo: la constitución establecía separación de poderes, y para ello el poder judicial estaba dirigido por un consejo elegido en su gran mayoría por los propios jueces y magistrados. Había otra ley que establecía que mientras una ley impugnada ante el Tribunal Constitucional no fuese firme (es decir, que el Tribunal Constitucional dictara sentencia sobre ella), no se podía aplicar. Esto se lo cargó Don Felipe, Don Alfonso, Don Ibarra y cuatro o cinco jerifaltes más.
Se aprobó una ley por la que absolutamente todos los miembros del Consejo General del Poder Judicial eran nombrados por el Congreso, es decir: por el presidente del gobierno. Se acabó la independencia del poder judicial. Todos los jueces, a obedecer al gobierno de turno. Se suprimió el recurso previo de inconstitucionalidad. A partir de entonces, una ley se aprueba y al día siguiente se aplica. Y a lo mejor a los 10 años, el Tribunal Constitucional resuelve, cuando ya la sentencia es inaplicable en la práctica. ¿Cambió todo esto el PP cuando llegó al poder el Sr. Aznar? Pues que va ser que tampoco. Que les venía muy bien esto de aprobar leyes cachondeándose de la constitución, y seguir nombrando los miembros del Consejo del Poder Judicial sin dar cuenta a nadie.
Vamos a continuar con la historia: el compañero Felipe aprobó una ley autorizando el aborto. Raro es el español que no ha visto fetos de seis o siete meses descuartizados. El Partido Popular se opuso rotundamente a semejante crimen, argumentando el derecho a la vida que venía recogido en la constitución. Cuando el Partido Popular gobernó... ¿derogó esta ley asesina? Pues parece ser que tampoco, y además parece ser que ahora dice que si gana las próximas elecciones la va a mantener.
Otro día hablaremos de las lenguas de España, de las banderas que llevan los barcos de España, del ejército latinoamericano con uniforme español, de la alianza de civilizaciones, de la gente que dicen que la guerra de Irak la ganamos los americanos y los españoles ayudados por los ingleses, mientras que en Afganistán estamos haciendo de hermanitas de la caridad. Hay muchos temas de que hablar en la historia reciente de España. Y hablaremos. Sin maniqueísmo. Sin sectarismo. Sin ser ni de derechas ni de izquierdas. Pero expondremos la opinión de un anciano que vivió en otra España a la que ahora se vitupera y está avergonzado de la España actual.
