El juez Garzón, como el Rey de Francia Luis XIV, se ha creido que el Estado es él. Él piensa que su poder, por lo tanto, no dimana de la voluntad del pueblo, sino de Dios. El decide sus propias competencias y mete la nariz en los asuntos que le vienen en gana, nacionales o internacionales, con competencia o sin ella, en razón no de la imparcialidad, sino de su ideología política. Después de haber sido político, nunca se debió autorizar que volviera a ser juez. Nos hacen creer que estamos en democracia, pero no es cierto. El pueblo vota a los políticos y no siempre mandan los que obtuvieron mayorias. Los políticos nombran a los jueces en razón de leyes creadas por ellos mismos a su propia conveniencia. Y ahí murió Montesquieu, ahí murió la democracia, donde la independencia de los tres poderes -político, legislativo y judicial- es consustancial. Durante el periodo de cada legislatura el pueblo está sujeto a una auténtica dictadura camuflada por el barniz de monarquia constitucional. S.M pasa a ser la figura representativa ornamental, y el Jefe de Gobierno, junto con Garzón y otros como él, se convierte en el verdadero Luis XIV del Estado Español actual, con el concurso de las minorias parlamentarias. La oposición, por conveniencia propia, tampoco hace nada por cambiar en su caso la ley electoral. Sin representación ni control efectivo popular, la Cámara legislativa, llamada también Congreso de los Diputados, solo es la herramienta necesaria para que el Jefe de Gobierno nos imponga, a su antojo, su real y nefasta voluntad.
Avidad
_________________ la felicidad puede ser la resultante de la verdadera concordia entre nuestra fortuna y nuestra forma de vivir
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