Amigos/as del foro:
He leido por ahí, y me ha gustado, esto que transcribo a continuación, al pie de la letra, pues creo que no le sobra ni le falta una sola coma. Coincido en mi pensamiento con lo que se expone. Casi todos los hombres, con seguridad, estaremos de acuerdo. Insto a las mujeres para el debate.
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La ley integral contra la violencia de género que el gobierno aprobó el 22 de diciembre de 2004 es una ley estalinista. Hoy, en España, los hombres son reos en manos de su pareja. Si ésta decide un día inventarse que ha sido violentada, la maquinaria inquisitorial abre 'ipso facto' sus ávidas fauces. Sin pruebas, sin dudas, sin garantías, el hombre acusado es, en unos segundos, echado de su casa, llevado a la cárcel, exiliado de su ciudad, desnudado y despojado de sus bienes. Como en los tiempos de Stalin.
Basta el delirio de una mujer para que un hombre sea culpable de por vida. Humillado, apaleado, tendrá que seguir pagando la casa donde vive su acusadora, más una pensión para ésta y otra para sus hijos. No tiene lugares de acogida. No tiene abogados gratuitos. No tiene ayuda psicológica. Todo eso lo regala la ley para su acusadora. El reo es un apestado al que nadie se atreve a hablar. Como ocurría con los acusados del estalinismo, cualquier contacto con él se torna execrable. Aunque se presuma que es inocente. Cuando un hombre ha sido absorbido por los engranajes de esta ciega maquinaria, por algo será -se dice-. El acusado de violencia doméstica es el leproso de nuestro tiempo. Ni siquiera el terrorista, que puede haber matado a muchísimas personas, genera esta animadversión. Véase el caso de De Juana Chaos.
La injusticia es colosal. La mayor que ha existido en España desde la Guerra Civil o la expulsión de los moriscos. Una injusticia que avergüenza a Europa. Los hombres lo saben. Y también muchas mujeres. Algunas de ellas sufren las consecuencias como parejas de los apestados. Pero unos y otras callan. Sobre todo los hombres. Poseídos de un extraño miedo, de una cobardía contagiosa, de una dejación homicida. Como ocurría en los tiempos de Stalin, cuando los que restaban en libertad veían desaparecer ante sus ojos a cientos de personas. Y callaban. Callaban, creyendo con eso alejar el peligro de sí. Hasta que también venían a por ellos.
Me enseñaron que, en derecho, 'in dubio pro reo' (en caso de duda, siempre a favor del acusado). Salvo con esta ignominiosa ley, según la cual todos los hombres son culpables hasta que no se demuestre lo contrario. Que hoy la libertad de los varones españoles dependa del capricho de su pareja, de su buena fe, en vez de vivir amparados por el derecho y la justicia, es un insulto a la dignidad humana. No me basta con que la ley confíe en la ética de las mujeres. De estas confianzas están las cárceles y los cementerios llenos. Si una mujer puede a discreción hacer un culpable de un inocente, cada hombre vive hoy en su casa el terror estalinista.
Si nos encontráramos en un país donde las libertades no se hubieran pisado sistemáticamente desde tiempos inmemoriales, los hombres españoles -de Álava a Cádiz, de Valencia a Badajoz-, se habrían lanzado a la calle en masiva protesta, y la ley habría sido derogada. Una ley que ni de lejos es posible en países de mayor raigambre democrática, como Francia, Alemania o Estados Unidos. Las leyes estalinistas sólo las permiten pueblos amedrentados.
Zapatero ha criticado la guerra de Irak, entre otras cosas, como guerra preventiva. Y llevaba razón. Pero la ley de violencia de género que ha aprobado es eso: una ley preventiva. De ahí que todo hombre sea culpable y haya que pillarlo antes de que delinca. Claro que, como en la guerra de Irak, lo único que se ha conseguido es aumentar la injusticia y, consiguientemente, la violencia. Esta ley es un clamoroso fracaso contra lo que trata de combatir. Sin duda que hoy habrá habido otra mujer asesinada. Las víctimas, en vez de disminuir, crecen, mientras las cárceles se llenan de inocentes.
Como estalinista que es, esta ley es profundamente retrógrada. Y evidentemente machista hasta los tuétanos, ya que considera que la única violencia es la del hombre. Manos blancas no ofenden. Todo hombre es un maltratador, un violento. Toda mujer es un ángel. Si insulta, denigra o pega, hay que ser compresivo con ella. Por algo será. Sin duda que la culpa es del hombre.
Toda la parafernalia edificada con esta ley es un monumento al machismo, un engendro monstruoso que surge cuando una democracia se cree iluminada para prodigar el bien y el mal, y ejecuta sistemáticamente el mal con el pretexto de ejercer el bien. Ya sabemos que cuando se considera que todo vale, la justicia y la razón se derrumban.
¿Cómo combatir el machismo con el machismo? Esto es lo que hace la ley 'integral'. Los hombres de hoy son inmolados como los imaginarios enemigos de Stalin.
Por supuesto que hay que luchar contra la violencia. Pero venga de donde venga. Y con pruebas. Los mismos delitos deben generar los mismos castigos. No debe haber discriminación alguna por razón de sexo. La suerte de un varón inocente no puede estar al albur de la moralidad o inmoralidad de su compañera, sino en virtud de pruebas palpables y rotundas.
Puede que el futuro sea distinto. Me atrevo a esperar que así será. Pero hoy no cabe duda. Gracias a esta ominosa ley, Stalin vive en cada hogar. En la casa de cada español que conviva con una mujer. En cada relación de noviazgo. En cada relación de vecindad. Y los imputados no son por lo general los criminales, cuyo terror impone el silencio aquiescente de las víctimas, sino los ingenuos, los no avisados, los inocentes. Cientos de inocentes cada día que caen a nuestro lado sin que nos inmutemos. Como en los tiempos de Stalin.
Desde 2004, el dictador planea satisfecho por España. Basta la más infundada delación de una mujer para acabar con un hombre. Y todos callan vergonzantemente. Qué anemia democrática. Qué podredumbre de país. Qué hombres y mujeres de pacotilla los que lo habitan. Como en los tiempos de Stalin.
Avidad