
¿Por qué
corres tanto en el alto cielo?
¿Por qué cruzas raudo del orto al ocaso?
¿No ves que me llenas el alma de hielo,
sintiendo tu paso?
¡Afloja tu
marcha, mi sol tan querido!
¡Deja que despacio se deslice el tiempo!
¡Que al verte tan raudo, yo, despavorido,
mi muerte presiento!
Ya noto cercano llegar ese día,
en el que la Parca, con mano insensible
acabe cruelmente con la vida mía...
¡No seas inflexible!
¡Es tanto el
cariño que debo entregarle,
pues no pude darle todo el que ahora siento,
que sólo te ruego, mi sol, seas amable
y marches más lento...
Deja que tu sombra
se mueva despacio,
impide a la luna surgir tan veloz,
detén las estrellas en el amplio espacio,
¡Escucha mi voz!
Aún no logré demostrar a mi amada
la inmensa ternura que embarga mi alma.
No puedo dejarla triste y desolada.
¡No corras! ¡Ten calma!
Déjame un
poquito de tiempo a su lado
que la descubrí muy tarde en mi vida
y en tan pocos años muy poco le he dado.
¡Demora mi ida!
¡Tengo que
entonarle canciones hermosas!
¡Besarle mil veces su rostro divino!
¡Preciso llevarla por sendas de rosas!
¡Haz lento el camino!
Pues si no haces
caso a este mi lamento,
y sigues girando como siempre has hecho,
llorará de angustia todo el firmamento
dentro de mi pecho.
© Antonio Pardal Rivas