
Cuando
miro hacia atrás
y siento mi alma tan triste y herida,
me pregunto a veces:
¿Habrá disfrutado mi ser dos veces la vida?
Dulces años,
aquellos, pasados con ella.
¡Cuanta paz y que dicha a su lado sentí!
¡Cuantos hijos hermosos llenaron mi vida,
Hasta aquel hecho aciago que me hundió en el llanto!.
¡Cuanta pena
mi pecho sintió,
al saber, impotente ,que perdí su encanto!
Y esos hijos benditos
que su amor me había dado,
rotas vieron su alma,
contemplando a sus padres queridos,
por exceso de amor, separados.
Juventud añorada
que nunca olvidé,
pues rompió
mi vivencia,
dejando una grave carencia
de amor, de ilusión y de fé.
Pero Dios se apiadó
de mi pena
y me dió un dulce angel de inmensa bondad,
que, con halo glorioso de esposa muy buena,
la alegría de vivir me ayudó a recobrar.
Ese angel de dulce
hermosura,
me cubrió de bondad, alivió mi sufrir
y curó tiernamente mi intensa amargura,
devolviendo a mi alma deseos de vivir.
Y volví a
descubrir que existía la luna,
alumbrando la noche, bella cual ninguna.
Que el sol, cada
día,
su luz y calor al mundo ofrecía.
Que el campo, las
flores y el mar,
que yo ya olvidados, de pena, tenía,
estaban allí.
¡Que Dios me
ofrecía, en su gran bondad,
la oportunidad
de volver otra vez a ser muy felíz!.
Y viví con
mi angel
otro trecho, dichoso.
He sentido la paz y al amor nuevamente.
Me ha ofrecido su vientre otro hijo precioso.
Ha curado mi mente.
Pero ahora que gozo
de esta gran ventura,
vuelvo a padecer un triste dolor
que llena mi alma de gran amargura
y enturbia y corroe nuestro gran amor.
¿Por qué,
inexorable, ya llega mi hora
cuando más la quiero... cuando más me adora...?
¿Por qué
he de dejarla tan triste en la vida...?
¿Por
qué he de marcharme, siendo tan hermosa?
¿Por qué,
Dios del Cielo?
¿Por
qué ha de quedar, solitaria, mi cálida rosa...?
©
Antonio Pardal Rivas.