
Cuando me haya marchado sé dichosa
y piensa que ha pasado ya lo horrendo.
Lo horrendo es comprobar que estoy muriendo
y has de ayudarme a hacerlo, dulce esposa.
Lo horrendo es este instante en que rebosa
mi pecho de terror, pues va sintiendo
que el alma a lo ignorado va volviendo,
vacía, solitaria y temerosa.
Una vez que el misterio sea cumplido
no llores ante un cuerpo yerto y frío
en que todo su hálito se ha ido.
No lo beses después, que ya es baldío
acariciar a restos que han perdido
la vida. Ya no queda nada mío...
©
Antonio Pardal Rivas
30-01-07
|