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Rugoso con el tronco muy altivo,
situado en un viejo secarral,
como resto de época ancestral,
se eleva solitario un viejo olivo.
Él se siente, a sus años, creativo
y no pierde por nada la moral,
al saberse, al menos, parigual
a otras plantas de ceño despectivo.
Y en la hora feliz de la alborada,
cuando el sol ya calienta la arboleda
y a sus hojas doradas acaricia,
el olivo, con su alma abandonada,
en el yermo erial solo se queda,
produciendo sus frutos con pericia.
©
Antonio
Pardal Rivas
30-noviembre-2006
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