CARONTE

 

 

 

 

 

 

Te aguardo tranquilo en mi humilde rincón,
cansado y exhausto del largo camino,
que anduve, dichoso, repartiendo amor,
surcando la vida como un peregrino.

Llegué ya a la meta de la larga marcha
con mi alma apacible, serena y tranquila,
viendo aproximarse, despacio, la barca
que habrá de cruzarme a la opuesta orilla.

Una paz inmensa mi espíritu embarga,
cuando al fin contemplo mi misión cumplida,
mientras que mi alma, tranquila, descansa,
y me trae recuerdos de mi larga vida...

¡Oh, cuantos amores de dicha llenaron
las horas que, lentas, marcaron mi senda...!
¡Amor que los años me fueron robando,
dejando añoranzas de antiguas calendas...!

Recorrí senderos, humilde y prudente,
impartiendo aromas de paz y ternura,
y si ahora me encuentro callado y silente
no es porque me embargue ninguna amargura.

Pues nunca, a sabiendas, hice mal alguno
y si en mi camino causé algún dolor,
no fue mi intención dañar a ninguno,
ni negar mi afecto, cariño o amor.

Ya sólo me queda paz en la conciencia,
cuando al fin diviso por el horizonte
como se aproxima con lenta cadencia,
la pálida nave que te trae, Caronte...

 

© Antonio Pardal Rivas

Diciembre, 2005

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VOLVER