REVERDECIENDO EL ALMA

 



Vi como cruzaba el valle
un caminito de tierra
que tras jugar por el campo
se encaramaba a la sierra.

Yo visité cien aldeas
por las lejanas colinas
y vi corderos nacer,
sentí arroyos correr
con sus aguas cristalinas.
En sus orillas serenas
grupos de mozas alegres
al sol con gracia tendían
prendas que aún escurrían
en la hierba y cañas verdes.

Seguí con ojos abiertos
mirando a mi alrededor
sin que mi mente pudiera
no demostrar estupor.

Árbol, monte, flor que pasa,
nube viento sol y frío,
también la pequeña casa
y aquella mujer que amasa,
la trucha subiendo el río,
todo, todo me decía
todo aquello me indicaba
que a pesar del gran esfuerzo
de tanto insólito escuerzo
había un Dios que me amaba.

Trepé hasta aquel balcón
donde el águila vigila
y vi la triste silueta
de un mundo que aún respira.

Blancas, impólutas cimas,
valles que sacude el viento
donde los olmos dorados
ven resbalar por sus hojas
las soledades del tiempo.
Campos con rabia arañados
por arados de dolor
donde cada octavo mes
nace y crece la mies
en parto de gran amor.

Allá muy lejos un lago,
por la izquierda un roquedal
más cerca algun sembrado
y en medio un pastizal.

Bajé por el caminito,
paseé por la alameda,
cogí las flores del campo
y dando voces y saltos
me despedí de la vega...
mas dentro de mí sentía
una fuerte desazón;
a la vida descubierta
yo le cerraba la puerta
y la mataba a traición.

Joaquín Pérez de la Blanca y Vida.
23-enero-2008.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VOLVER