Etérea suavidad con dulce broche
me envuelve con aroma de jazmines;
la danza, que entre sedas y jardines
transmuta sinfonías por la noche.
Ascienden los cipreses cual reproche;
la luna, pura plata en sus confines
alumbra a las estrellas, son delfines,
en ese extenso mar de cielo y noche.
La gracia de los cisnes, su blancura,
la grandeza triunfal de los violines,
“Pas de trois”, “el brisé, su galanura
y las trompas mediando con locura
nos nublan la razón desde maitines
sumiendo de emoción el alma pura.
Las rosas con ternura,
las murallas, sus torres y almuecines
se rinden a la luz de su hermosura.
Joaquín Pérez de la Blanca y Vida.
7-noviembre-2007.