Homenaje a un soldado desconocido de un pueblo andaluz


 


Escobas de esparto limpian las paredes de una casa blanca
por la cal pegada de un verano que no se recuerda.

Rastrojo quemado y cucarachas ardientes lloran
líquidos dulces para culebras que esperan.

En la puerta está Manuel, sombrero ancho, mirada estrecha,
cicatrices en sus mejillas como los chopos en las eras.
Cabello de trigo donde comen las cornejas.

Ranas y colibríes buscan refugio en la sombra de los pinares
donde las niñas distraídas juegan y juegan.

Josefa remienda el sueldo pensando en su madre y llora tranquila,
sola, a veces sonríe para espantar las moscas,
ella es feliz soñando
que las gaviotas se equivocaron y no le dejarán huellas.

En el bar todos comentan y se preguntan ¿qué será de Manuel y de Josefa?
Tan sólo era un chiquillo, nada tenía que ver con esa guerra.
Se lo trajeron de madrugada cuando duermen los grajos azules que sólo se ven por estas tierras,
envuelto en la nada, envuelto en tinieblas.

En el patio cuelga una bicicleta,
en los armarios ilusiones,
amores que fueron
y que ya nadie recuerda.

Las nubes pasan rápidas y entre ellas... una luz, un reflejo.
Tan sólo era un chiquillo y no sabía más de tres letras.
¿Dónde enterrar tanto amor? ¿dónde se fueron las promesas?... En el pueblo todo sigue igual, haya o no haya guerra.

Guillermo del Pozo. Noviembre-2.005.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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