CRISTO
CRUCIFICADO. |
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DIEGO
RODRIGO DE SILVA Y VELÁZQUEZ. |
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En este cuadro se muestra una evolución en la obra del genio sevillano. Desaparecen las tonalidades cobrizas tenebristas y refleja con gran maestría la divina majestuosidad de Dios encarnado y hecho hombre. Es un Cristo apolíneo, de dramatismo contenido, sin cargar el acento en la sangre —aunque originalmente era más de la actualmente visible— y, a pesar de muerto, sin desplomarse, evitando la tensión en los brazos. Tiene cuatro clavos que parecen haberle reposar suavemente en la cruz. Este detalle se debe a la influencia de su maestro, amigo y suegro, Francisco Pacheco. Existía otra corriente iconográfica que utilizaba un sólo clavo para sujetar ambos pies. Buscando la mayor naturalidad, el pintor rectificó la posición de las piernas, que inicialmente discurrían paralelas, con las pantorrillas casi unidas, y retrasando el pie izquierdo dotó a la figura de mayor movimiento, elevando la cadera en un contrapposto clásico que hace caer el peso del cuerpo sobre la pierna derecha. El paño de pureza es muy reducido y sin derroche de vuelos a fin de poner el acento en el cuerpo desnudo. La cabeza tiene un estrecho halo luminoso que parece emanar de la propia figura; el semblante está caído sobre el pecho dejando ver lo suficiente de sus rasgos y facciones nobles; la nariz es recta. Más de la mitad de la cara está cubierta por el cabello largo que cae lacio y en vertical. A este crucificado expiatorio se le ha supuesto relacionado con los pecados del monarca reinante en la época (Felipe IV), quien lo habría regalado al Convento de San Plácido, aunque existen otras teorías diferentes. En cualquier caso, el cuadro expresa que la Divinidad se hace hombre y muere en la cruz por la expiación de los pecados de toda la humanidad.
Referencias: Museo del Prado - Madrid. - Guía oficial del Museo del Prado. - El Prado básico - Rogelio Buendía. -
Velázquez, pintor de pintores. |
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