Pero lo que más lo conectó con el
espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido
sobrepasaba apenas los 11 años.
Embargado
por un dolor terrible se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio, que pasaba por ahí, se acercó.
Lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó
si lloraba por algún familiar.
No, ningún familiar, dijo el buscador. ¿Qué pasa
con este pueblo? ¿Qué cosa terrible hay en esta ciudad...?
¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este
lugar...? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa
sobre esta gente que los obliga a construir un cementerio de niños...?
El
anciano respondió: Puede usted serenarse. No hay tal maldición.
Lo que sucede es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré...
Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta
como ésta que tengo aquí, colgando del cuello.
Y
es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada
vez que uno disfruta intensamente de algo, abra la libreta y anote en
ella: a la izquierda, que fue lo disfrutado... a la derecha, cuánto
tiempo duro el gozo. Conoció a su novia, y se enamoró de
ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión y el
placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas
y media... ?
Y después... La emoción del primer beso,
el placer maravilloso de la primera noche...¿Cuánto duró
el minuto y medio del beso...? ¿Dos días...? ¿Una
semana...? Y el casamiento de sus amigos...? ¿Y el viaje más
deseado...? ¿ El nacimiento de los hijos? ¿Y el encuentro
con quien vuelve de un país lejano...?
¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de esas sensaciones...?
¿Horas...? ¿Días...?
Así... vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos.
Cuando alguien muere es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el
tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba, porque es, amigo
caminante, el único y verdadero tiempo VIVIDO.
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